El trasfondo de las tradiciones sociales, que suelen acabar por convertirse en imposiciones sociales, se encierra en las falsas creencia, en los a veces irresponsables hábitos y sobre todo en los prejuicios. Cuando pienso esta simpleza me doy cuenta de lo difícil que puede resultarnos el poder adquirir una comprensión completa de la vida.
Hoy es un día de reflexión y tiempo para compartir y confesar. Necesito ser espontánea una vez más; ni si quiera se lo que habrá de salir tras estas líneas, que habrán de ser corregidas, doy por seguro, una vez más.
Podría considerarme una persona de acción-reflexión. No sé si es bueno o malo, pero es así. Más de 20 años de mi vida los he entregado al mundo asociativo y colectivo de la diversidad funcional. He visto como nosotros como colectivo y la percepción social poco a poco avanzan. Tal vez de una forma más lenta a como a mi me gustaría pero afortunadamente se avanza. Sin embargo, miro hacia a las entidades representativas, a las administraciones públicas o al tejido político y la cosa cada vez más se enmascara. Se desdibuja el paisaje de la realidad, para volverlo todo confuso, enmarañado, aparentemente eficaz pero del todo interesado. He llegado a hacer mías muchas angustias individuales, ante la falta de una prestación, de una medida, de un apoyo de muchas personas a lo largo de todos estos años y en ocasiones he llegado a interiorizarme tanto en la vivencia de esas injusticias que he creído incluso tocar más fondo que los propios afectados, a quienes una vez se les ha solucionado el problema, hasta llegan en ocasiones a retirarte el saludo porque ya son uno de los otros, ni tu vas a ser nunca de los suyos. A tu mundo de lucha ideológica constante no quieren pertenecer y quizás con buen criterio.
Siempre he pensado que necesito tiempo para entender, pero no, tal vez lo que necesito es tiempo para entenderme.
Estoy muy cansada de caer siempre en mi propia trampa. No son pocas las ocasiones en que las personas que me quieren me recuerdan que ese es mi gran fallo, a pesar de ser también mi gran virtud. Es como una especie de pescadilla que se muerde la cola y no sabes cómo salir de ella. Si haces porque haces y si no haces porque no haces. Lo siento, lo percibo, lo intuyo, incluso me persiguen ciertos sentires que se ciertos y a todas luces idemostrables. Mi decepción particular con muchas personas es cada vez mayor, cuando soy consciente de que hicieron conmigo lo que yo jamás haría con ellos. No obstante he de reconocer que son mis amargos maestros. Entonces me planteo que no puedo caer ni en la rabia, ni en el victimismo, ni mucho menos en el triunfalismo demostrando lo descaradamente arrastradas que en ocasiones podemos llegar a ser las personas, porque es el género humano, en lo único que creo.
No puedo culparme a mi de las desvergüenzas de otros pero tampoco puedo culpar a los otros de la estupidez mía.
Mi realidad no es ajena, ni distinta a la de millones de ciudadanos cada día que se sienten atrapados en un mundo de imposición social discordante y contrapuesta con sus propios intereses, los intereses de la humanidad. El respeto de los unos sobre los otros y la mutua colaboración interdependiente y en armonía.
Y es esa ausencia de armonía o falta de equilibrio, derivada posiblemente de unos hábitos sociales erróneos, la que siempre acaba dando al traste con lo más grande que se puede portar socialmente, la ilusión, la esperanza, la motivación, el deseo de ejercer plenamente y con todas las consecuencias la solidaridad.
El mundo que entre unos y otros hemos ido creando no es deseable para nadie, porque es un mundo confabulado y egoísta capaz de volverse tan horrible que hasta en ocasiones no puedo, no se y no quiero respirarlo. Se me vuelve infinitamente nauseabundo.
Es posible que solo la inteligencia y el amor puedan abrirse paso en esta tierra, cuando nosotros mismos, de forma individual seamos capaces de liberarnos de esa especie de red de ilusiones que nos tiene atrapados que posiblemente como consecuencia del miedo hemos creado respecto de nosotros mismos y la vida en general. Necesitamos de una mayor dosis de consciencia y comprensión capaz de provocar la profunda y espontánea transformación de nosotros mismos, como medida de acción capaz de transformar el mundo y convertirlo en un lugar más respirable, respetable, igualitario y solidario. Pero para ello hemos de poner nuestra plena consciencia en la estructura que hemos ido poco a poco creando respecto de nosotros mismos hasta el punto de haber convertido en prisión nuestro hábitat social.
Mientras tanto, mi inteligencia despierta, mi sufrimiento se recrudece, mi descubrimiento se amplia, mis búsquedas de felicidad se desvanecen. Me burlo misericordiosamente de mi ego y chalaneo con él, posiblemente porque juntos descubrimos y admitimos que en definitiva soy, quien nunca quise ser.
Hoy es un día de reflexión y tiempo para compartir y confesar. Necesito ser espontánea una vez más; ni si quiera se lo que habrá de salir tras estas líneas, que habrán de ser corregidas, doy por seguro, una vez más.
Podría considerarme una persona de acción-reflexión. No sé si es bueno o malo, pero es así. Más de 20 años de mi vida los he entregado al mundo asociativo y colectivo de la diversidad funcional. He visto como nosotros como colectivo y la percepción social poco a poco avanzan. Tal vez de una forma más lenta a como a mi me gustaría pero afortunadamente se avanza. Sin embargo, miro hacia a las entidades representativas, a las administraciones públicas o al tejido político y la cosa cada vez más se enmascara. Se desdibuja el paisaje de la realidad, para volverlo todo confuso, enmarañado, aparentemente eficaz pero del todo interesado. He llegado a hacer mías muchas angustias individuales, ante la falta de una prestación, de una medida, de un apoyo de muchas personas a lo largo de todos estos años y en ocasiones he llegado a interiorizarme tanto en la vivencia de esas injusticias que he creído incluso tocar más fondo que los propios afectados, a quienes una vez se les ha solucionado el problema, hasta llegan en ocasiones a retirarte el saludo porque ya son uno de los otros, ni tu vas a ser nunca de los suyos. A tu mundo de lucha ideológica constante no quieren pertenecer y quizás con buen criterio.
Siempre he pensado que necesito tiempo para entender, pero no, tal vez lo que necesito es tiempo para entenderme.
Estoy muy cansada de caer siempre en mi propia trampa. No son pocas las ocasiones en que las personas que me quieren me recuerdan que ese es mi gran fallo, a pesar de ser también mi gran virtud. Es como una especie de pescadilla que se muerde la cola y no sabes cómo salir de ella. Si haces porque haces y si no haces porque no haces. Lo siento, lo percibo, lo intuyo, incluso me persiguen ciertos sentires que se ciertos y a todas luces idemostrables. Mi decepción particular con muchas personas es cada vez mayor, cuando soy consciente de que hicieron conmigo lo que yo jamás haría con ellos. No obstante he de reconocer que son mis amargos maestros. Entonces me planteo que no puedo caer ni en la rabia, ni en el victimismo, ni mucho menos en el triunfalismo demostrando lo descaradamente arrastradas que en ocasiones podemos llegar a ser las personas, porque es el género humano, en lo único que creo.
No puedo culparme a mi de las desvergüenzas de otros pero tampoco puedo culpar a los otros de la estupidez mía.
Mi realidad no es ajena, ni distinta a la de millones de ciudadanos cada día que se sienten atrapados en un mundo de imposición social discordante y contrapuesta con sus propios intereses, los intereses de la humanidad. El respeto de los unos sobre los otros y la mutua colaboración interdependiente y en armonía.
Y es esa ausencia de armonía o falta de equilibrio, derivada posiblemente de unos hábitos sociales erróneos, la que siempre acaba dando al traste con lo más grande que se puede portar socialmente, la ilusión, la esperanza, la motivación, el deseo de ejercer plenamente y con todas las consecuencias la solidaridad.
El mundo que entre unos y otros hemos ido creando no es deseable para nadie, porque es un mundo confabulado y egoísta capaz de volverse tan horrible que hasta en ocasiones no puedo, no se y no quiero respirarlo. Se me vuelve infinitamente nauseabundo.
Es posible que solo la inteligencia y el amor puedan abrirse paso en esta tierra, cuando nosotros mismos, de forma individual seamos capaces de liberarnos de esa especie de red de ilusiones que nos tiene atrapados que posiblemente como consecuencia del miedo hemos creado respecto de nosotros mismos y la vida en general. Necesitamos de una mayor dosis de consciencia y comprensión capaz de provocar la profunda y espontánea transformación de nosotros mismos, como medida de acción capaz de transformar el mundo y convertirlo en un lugar más respirable, respetable, igualitario y solidario. Pero para ello hemos de poner nuestra plena consciencia en la estructura que hemos ido poco a poco creando respecto de nosotros mismos hasta el punto de haber convertido en prisión nuestro hábitat social.
Mientras tanto, mi inteligencia despierta, mi sufrimiento se recrudece, mi descubrimiento se amplia, mis búsquedas de felicidad se desvanecen. Me burlo misericordiosamente de mi ego y chalaneo con él, posiblemente porque juntos descubrimos y admitimos que en definitiva soy, quien nunca quise ser.
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