Para mis amigas y amigos.

Con este video quiero dar las gracias a mis amigos y amigas por su apoyo, paciencia y comprensión y decirles que pueden contar conmigo como yo lo hago con ellos.

¡¡¡Gracias, sois geniales!!!



La diversidad permite se conocedores de todo, la unidad ayuda a encauzar los esfuerzos con un propósito, pero entre lo estas fuerzas hay frágil balanza.

Luís Gabriel Carrillo Navas

sábado, 6 de junio de 2009

Reflexiones y confesiones III

 

Creo que después de hacerme amiga de aquel Sauce que os contaba hace unos  días y que con tanto interés y admiración algunos habéis leído, por lo que me habéis manifestado, -vaya mi agradecimiento por delante, por ello-, comencé a refugiarme Exploraren la lectura y en la escritura una vez me enseñaron, no sin sin faltarme una vez más algún que otro contratiempo.

A Toño a Miguel y a mí, que éramos por aquella época los más pequeños de una inmensa tropa, especialmente de zánganos machorros que se burlaban de los tres querubines infantes, nos enseñó a leer, a escribir y las cuatro reglas -que entonces se decía -, una pareja de Asistentes Sociales.

La señorita Pilar y la señorita Isabel. Sin duda eran un respiro o como una especie de balón de oxigeno en ese antro en el que todo eran burlas por un lado de chavales bien curtidos o por el contrario, broncas y castigos de curtidoras y curtidores clericales, por los que llegué a sentir tanto pavor, como para verme en la necesidad de encontrar algo con lo que poder olvidarme de mis fantasmas de carne y huesos, que no eran pocos y eran reales.

La función de estas dos mujeres era darnos clases a todos a la vez, controlando la etapa de cada uno y el curso al que deberían llegarse. No eran profesoras, ni nosotros éramos estudiantes, porque pese a que se nos iba puliendo estábamos sin escolarizar. De aquello me enteré cuando pasados los años quise ir a un colegio normal y no me cogían en ninguno porque como no estaba escolarizada, por mucho que demostrara estar en un nivel como para poder entrar en sexto como así entré finalmente, durante cerca de dos años no había manera de convencer a nadie; algo que al final mis padres lograron gracias a la acción de una buena persona, con un mejor amarre y bajo amenaza de presión e incluso chantaje. Así me trataron después, claro. Pero eso lo dejo para otra confesión.

Pese a que estas dos animadoras mujeres de aquel escenario, eran para mí “la crem de la crem” porque rompían el molde de la anomalía social en que yo sentía hallarme, no fueron pocos los cachetes que me tocó recibir por causa de alguna que otra falta de ortografía, ya que era la época aquella en que primaba el principio de que la letra con sangre entra. Y vaya que si me entró. Nunca olvidaré el episodio de bibir que me dejó más sedada que a un guante y me enseñó a mantenerme alerta a la ortografía, hasta el punto de que hoy cuando se me escapa algún gazapo o me detecto un simple error mecanográfico, siguen resonando en mi memoria los dos cachetes recibidos después de que la señorita Isabel tras revisar mi dictado me llamase sonriente, me pusiese frente a ella, sin cambiar el gesto y me endiñase dos sonoras bofetadas mientras me decía:  “Vi - Vir, las dos con V. Verás como así no se te olvida. Ya puedes retirarte” .

No solo no lloré, sino que ni respiré si quiera. Tal vez ahí aprendí que además de cuidadosa con la ortografía, con el fondo de la gestualidad de los demás, debía de andar más vigilante.

Pese a todo, encontré en la labor de leer y escribir uno de mis refugios por excelencia. Donde la soledad y la compañía me parecían ser una misma situación. Disfrutaba con aquel libro de lecturas con el que aprendía a leer y aquellos cuentos cortos que yo ampliaba en mi imaginación, e incluso a mi manera, escribía en papelitos que al momento eran sigilosamente guardados en los bolsos prestos a su destrucción, para que nadie se percatara de mis benéficas distracciones. Convertí a un payaso llamado Chapete en mi amigo inseparable.

Pero lo que más me llevo a mi afán por leer y por escribir fueron las cartas que por temporadas incluso a diario recibía de mi familia, especialmente de mi hermano el mayor Jesús, quien comenzó a trabajar con tan solo 14 años como botones de una empresa de turismo y cuyo empleo aunque ni siquiera daba para costear el importe total de mi estancia en aquel inhóspito lugar, si que le daba al pobre para enviarme cartas diarias sin tener que hacer pago de sellos, situación que además de aprovechar a mi me benefició enormemente.

Nos contábamos el día a día con tanta asiduidad y naturalidad, que parecía sentirme entre ellos.

Toño, quien se ha convertido en uno de mis más grandes bonitos  y dolorosos recuerdos, fue otro gran desencadenante por esta afición ya que me convertí en la escritora clandestina de las cartas que enviaba a su familia, saltándome con su aplauso todas sus recomendaciones. Nunca escribía literalmente lo que Toño me decía, sino aquello que sentía que agradaría a su familia y que también le agradaba a él. Era nuestro secreto. Toño tenía una diversidad física severa que le impedía tener una caligrafía legible por lo que casi todos se reían y además iba asociado con una diversidad intelectual leve, que no le impedía sentir como el resto de nosotros mismos, pero si le impedía reaccionar conforme a nuestras picardías comunes, por decirlo de alguna manera, ya que su intelectualidad no evolucionaba al mismo ritmo. A veces pienso que Miguel y yo éramos las únicas personas, para entonces personillas, capaces de valorar con equidad su situación y darnos cuenta del dolor que le infringían y que intentábamos compensarle porque nos era doloroso comprender el por qué todo aquel entorno, desde monjas, frailes, asistentes sociales, se cebaban con él.

Lo último que supe de Toño, con 10 años, fue a través de una carta de Isidro, quien el año en que  Miguel y  yo ya no estábamos, me envió una carta contándome, que Toño,  cansado de soportar vejaciones y porque nos echaba de menos un buen día se escapó del hospital, montando todo un revuelo, habiendo sido encontrado horas después en la estación de autobuses queriendo ir a Valladolid. Por lo visto aquella vez, nadie se atrevió castigarle. Quiero creer, que es porque algo entendieron.

Nunca olvidaré ni el palpitar de su corazón, ni sus profundos ojazos negros, que siempre hablaban por él.

Amigos, gracias, hasta el próximo recuerdo.

Dedicado muy especialmente a las compañeras y compañeros de Polio-Postpolio Spain, como una aportación más  al despertar de nuestra  Memoria Paralizada.

Mª Ángeles Sierra.

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