Para mis amigas y amigos.

Con este video quiero dar las gracias a mis amigos y amigas por su apoyo, paciencia y comprensión y decirles que pueden contar conmigo como yo lo hago con ellos.

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La diversidad permite se conocedores de todo, la unidad ayuda a encauzar los esfuerzos con un propósito, pero entre lo estas fuerzas hay frágil balanza.

Luís Gabriel Carrillo Navas

martes, 15 de diciembre de 2009

Trabajadores con la soga al cuello puesta por los vendedores de derechos.

 

Reportajes

ONCE: Cuatro suicidios en seis meses

ONCE: Cuatro suicidios en seis meses

• Tres vendedores de cupones asturianos y uno de Badajoz se han ahorcado en los últimos meses. Familias y sindicatos piden que se investiguen estas muertes y denuncian que la caída de ventas de la ONCE, la empresa que más ha ayudado a los minusválidos, está provocando despidos y presiones a los trabajadores.

Reportaje por: Karin Cabrera

Fotografías por: Hara VALLE

14/12/09

Julio Hernández disfrutaba “montando a caballo, subiendo a la montaña y cuidando de la huerta en casa de su abuela”. Dominaba la informática y “todo lo que tuviera que ver con cables, ordenadores, vídeos, televisiones…”, cuenta Transi, su madre. Pero su pasión era la fotografía, una afición de lo más normal si no fuera porque Julio, a sus 31 años, sólo tenía un 2 por ciento de visión. “Pero eso no fue impedimento para él –asegura Transi–. Era uno más en clase, uno más en casa y uno más en nuestro pueblo, Pola de Lena [Asturias]. Pero llevaba mucho tiempo luchando contra sí mismo… Ya no le gustaba su trabajo y nos contaba que no aguantaba más las presiones de sus jefes”.

Julio Hernández fue el primer niño del norte de España que estudió en un colegio al que la ONCE iba a dar clase. Con 16 años, comenzó a vender cupones y llegó a ganar 3.000 euros al mes. Durante cuatro años fue el mejor vendedor de toda la zona de Pola de Lena y en varias ocasiones quedó primer vendedor de Asturias. Estudió el módulo de administrativo superior. Hoy, las paredes de su habitación siguen forradas con títulos y diplomas. Igual que cuando las dejó por última vez, el 11 de agosto. “Mi hijo era una persona luchadora, ambiciosa, trabajadora y muy divertida, pero la presión que sufría últimamente en el trabajo pudo con él. Mi pobre hijo se ahorcó porque no podía más –cuenta Transi mientras sujeta con fuerza la fotografía de Julio–. Todavía la ONCE se atreve a decir a la prensa de aquí [en referencia a una noticia sobre los suicidios que publicó en noviembre el diario El Comercio] que fue un accidente, pero a nosotros nadie nos ha preguntado jamás. ¡Mi hijo se ahorcó, no fue un accidente! El día antes de que se suicidara, el coordinador fue a hablar con mi hijo diciéndole que a ver qué hacían con él, que no rendía. Son unos sinvergüenzas, saben de sobra la presión a la que tienen sometidos a los trabajadores: yo, además de haber sido la madre de un trabajador presionado, he sido testigo de las presiones”. El día que se mató, el hijo de Transi comió con su familia y acudió luego al huerto de casa de su abuela. Allí se ahorcó esa tarde. “No hablo de esto por venganza, ni por dinero –dice Transi–, sino para que se haga justicia a mi hijo, y para que la gente sepa que la ONCE no es lo que parece. Pero, por favor, si al día siguiente de morir mi hijo vinieron a las nueve de la mañana a recoger los cupones a mi casa… No tienen sentimientos”.

Control a todas horas


Julio Hernández es uno de los cuatro trabajadores de la ONCE que se han suicidado en los últimos seis meses. Todos acabaron ahorcándose en diferentes localidades asturianas y en Badajoz. Dos de las familias, como la de Julio, achacan esta decisión a la situación laboral que vivían sus allegados. “Mi padre –dice Brenda, una joven de 28 años cuyos ojos se inundan de lágrimas cuando habla de su progenitor, José María Fernández, Chema, el vendedor de cupones que se ahorcó colgándose en el puente de Sama de Langreo (Asturias) el 23 de octubre– me contó que le presionaban castigándole, poniéndole impedimentos para vender, que los inspectores le controlaban a todas horas y que se sentía esclavizado. La gente habla… que si mis padres estaban separados, que si él tenía problemas económicos… Cualquier familia española hoy en día tiene problemas económicos y las parejas discuten. A nosotros nos gustaría que la ONCE investigara esta cadena de suicidios. No nos ha llamado nadie de la empresa para saber qué tal estaba mi padre. Yo lo que sí sé es lo que él decía: que antes se miraba más por el trabajador y ahora sólo miran por el negocio”. Las familias aún no han percibido los 12.000 euros del seguro de vida que les corresponden, aunque si se llevara a cabo una investigación y se reconociera el carácter de accidente laboral, la organización tendría que abonar 72.000 euros de indemnización, según establece el convenio colectivo. Un portavoz de la ONCE afirma que han realizado “una valoración facultativa de cada caso que concluye con la inexistencia de relación entre el hecho y su actividad laboral”. Añade que “se trataba de compañeros, de quienes sólo podemos lamentar su fallecimiento y compartir el dolor de sus familias”. Otras fuentes apuntan además a que estos fallecimientos se están utilizando como arma arrojadiza en una pelea interna entre sindicatos.
En Sama de Langreo, los vecinos aún siguen consternados por la pérdida de Chema. “Era una persona divertidísima –recuerda Andrés, dueño del bar La Junquera, donde el vendedor de la ONCE tomaba café a diario–. Jamás pensé que se fuera a ahorcar. Recuerdo ese día con horror. Había desayunado aquí y dos horas después empecé a oír un revuelo tremendo en las calles. Chema me había contado que las ventas habían bajado muchísimo, pero no creí que estuviera tan agobiado”.

El cuponero más conocido del pueblo parecía tenerlo todo muy meditado. Media hora antes de suicidarse compró siete metros de cuerda en la ferretería del pueblo. “Chema entró en la tienda y me pidió la cuerda –recuerda la dependienta–. Le pregunté que para qué la quería y me lo dijo tal cual: «Para ahorcarme, que estoy harto de esta vida». Me pidió que le comprara un cupón, porque era el último que iba a vender. ¿Cómo me lo iba a creer?”.

El representante de la Sección Sindical de Comisiones Obreras, Rafael Gutiérrez Sainz, denuncia que la ONCE se niega a investigar los suicidios de sus vendedores. “Hay indicios suficientes, según marca la ley, para que se investigue –apunta Gutiérrez–. Puede haber una relación directa entre los suicidios y las presiones que estamos recibiendo los trabajadores para que no bajen las ventas. Si esto no se controla, podríamos lamentar más pérdidas”. Los otros dos vendedores que se han suicidado son Jesús Fernández, en Teverga (Asturias), que se ahorcó el 21 de mayo, y otro en Badajoz.

Rafael lleva 30 años trabajando en la ONCE y los últimos 20 años los ha pasado en un quiosco de la céntrica calle Uría de Oviedo. “Ahora en una semana vendo 1.200 euros, cuando eso lo hacía tranquilamente sólo en un viernes –cuenta Rafael, que sufre una ceguera del 89 por ciento–. Esto es culpa de la política comercial tan desastrosa que hay en la ONCE. La política de juego es un desastre, la presión se carga únicamente sobre los trabajadores y los de arriba ni siquiera tienen la decencia de dimitir. Pero esto no es nuevo, ni de este año, esto viene de más atrás”.

Novecientos despidos

Según los representantes sindicales, en los últimos siete años la ONCE ha perdido un 14,52 por ciento de sus ventas, mientras el mercado del juego en España ha crecido el 24,09 por ciento. Sólo en el último año, añaden, la organización ha reducido su plantilla de vendedores en 603 trabajadores, y la del personal no vendedor en 300 personas más. CC OO de Andalucía ha emitido una nota en la que denuncia que la dirección de la ONCE amenaza a quienes no alcancen el mínimo mensual de ventas con “retirada de quiosco, expediente disciplinario o despido”. El sindicato ha convocado una manifestación el sábado 12 frente a la sede de la ONCE en Madrid.

Luis Castellano, a quien sus amigos llaman Lucho, abandonó Chile, su país, en 1974. “Huía de la dictadura y ahora estoy en otra –dice en su quiosco a las afueras de Gijón–. Conozco a un montón de gente que está de baja por depresión por el horror que estamos viviendo. Yo llevo meses medicado y he estado periodos muy largos de baja. Necesito pastillas para vivir y para sobrevivir a esta situación de presión, coacción y abuso. Cuando me enteré de los suicidios de mis compañeros, me sentí muy identificado, porque es una cosa que también está en mi cabeza, incluso en mis planes. Es muy triste decirlo, pero suicidarme es una idea que da vueltas constantemente en mi cabeza, porque ya no puedo más. Estás todo el día pensando en cómo vender más, en echarle más horas. Siento cierto amor a lo que era la ONCE antes, pero ahora es un poder fáctico. Antes la idea era ayudar al vendedor, no presionarlo. Ahora no, ahora somos piezas de producción y nuestra lucha es resistir. No podemos olvidar que la ONCE somos nosotros, los afiliados, y que si no denunciamos lo que está pasando, todos seremos responsables de su fracaso”.

Francisco García es afiliado a CC OO y desde hace once años pasa más de diez horas al día en una de las cabinas de la ONCE en Gijón. “Yo incumplo el convenio, pero por encima –dice Francisco mientras cobra el cupón a una clienta–. O echas más horas, o no vendes. En el último año, en Gijón, entre el 70 y el 85 por ciento de las bajas son por depresión y por ansiedad por el trabajo. Lo quieren tapar alegando problemas familiares. ¡Claro que la gente tiene problemas en casa, pero el trabajo los agudiza! Yo he vivido de cerca depresiones muy fuertes de compañeros por las presiones que reciben, y la respuesta de la ONCE siempre es la misma: «Si no estás contento, vete a otro lado». Pero ¿adónde vas? Juegan con eso, saben que los ciegos tenemos muy complicado, por no decir imposible, trabajar en otro lado”.

Los más veteranos tienen claro dónde radica el declive de la ONCE, fundada en 1938 y convertida en referente y apoyo para todos los minusválidos. El avilesino Julián González denuncia esta situación desde hace siete años: “El problema no es la ONCE en sí, sino los gestores desastrosos que la dirigen. El planteamiento de dar protección a los ciegos se ha perdido, ¡ahora se rechazan ciegos porque no dan el perfil de vendedor! Cuando yo pertenecía a la Unión de Afiliados Independientes (UAI), denunciamos la situación de los trabajadores y el estrés al que estaban sometidos. Los suicidios se veían venir”.

A pesar de que Julián está incapacitado desde julio, su preocupación por el futuro de sus compañeros lo acompaña a diario: “¿Qué van a hacer los jóvenes si los contratos ya no se van a renovar, si los vendedores de nuevo ingreso cobran un 30 por ciento menos que los fijos, y si a partir del 1 de enero se van a instalar máquinas expendedoras de productos de la ONCE en los establecimientos?”.

Embarazo con estrés

Toñi y Roberto llevan cuatro años juntos y hace justo cuatro años comenzaron las presiones en el trabajo. “Me quedé embarazada en el 2005, pero perdí el bebé a los pocos meses –cuenta Toñi mientras su marido le aprieta la mano–. Trabajaba vendiendo cupones en la calle, pero no me dejaban ni sentarme. Tenía todo el día a un inspector mirándome y me regañaban por ir al baño, ¡estando embarazada! Era un estrés horrible y achaco mi aborto a esa presión. Me arrepiento de no haberlo denunciado, pero estaba hecha polvo…”.

Roberto es el cuponero número 166 de Avilés. A sus 44 años tiene una minusvalía del 78 por ciento y padece apnea del sueño. Duerme con una máquina que le ayuda a respirar. “He pedido que me pongan en un quiosco porque ya me he quedado dormido alguna vez y me han robado los cupones. El día menos pensado me caigo de cara contra el suelo. Me da muchísima pena a lo que ha llegado la ONCE, pero las presiones no son nuevas, llevan muchos años amargándole la vida a compañeros y ahora tenemos que lamentar hasta muertes”. Cuando Toñi se enteró de los suicidios de compañeros, empezó a sentir miedo por dejar a solas a su marido. “Es un horror vivir así –espeta–. A la ONCE le agradezco muchas cosas, pero no a los que trabajan ahí. Me siento pisoteada. Y no se trata de dinero, sino de respeto, algo que nos han perdido hace mucho”.

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