Todo aquello que nos reconocen las leyes es por derecho y por deber nuestro. Pero ¿qué ocurre cuando entre lo que se legisla y lo que se aplica, la gran mayoría colectiva no prima?
Algo están haciendo muy mal algunos y algo estamos quizás consintiendo demasiados.
Todo cuanto nos atribuyen las les leyes, se desmiente en la práctica. La gran mayoría de españoles no somos usufructuarios y mucho menos perceptores de una vivienda digna, ni de un empleo digno, ni de un salario digno, ni de unas pensiones dignas, ni de un entorno universalizado, ni de una educación igualitaria y homogénea, ni de unos servicios sociales basados en saber hacer frente al coste de igualdad de oportunidades de sus ciudadanos. Sin embargo y pese a lo mucho en que de forma grupal o colectiva parecemos intentar reivindicar estas y otras muchas realidades de desigualdad social con que cada día nos despachamos, algo estamos entre todos haciendo demasiado mal para que lejos de encontrar la vía de las soluciones estemos incluso contribuyendo con nuestras ocasionalmente fatigosas e inoperativas acciones a agrandarlo.
No somos ajenos a las “movidas sindicales”, ni al “alzamiento de voz” de diferentes grupos sociales, pero permanecemos estancados en una especie de callejón sin salida que lejos de unificarnos como sociedad completa y solidaria diríase que nos segmenta y aísla convirtiéndonos en unos para otros como en una especie de sujetos de colectivos caprichosos a la par que insolidarios.
Nuestro sistema político, administrativo y económico falla, porque nosotros como sociedad, también estamos fallando. Quizás nuestro grado de condescendencia, que no es más irresponsabilidad individual está siendo tan extremadamente pronunciado, que la suma de todas esas irresponsabilidades es el verdadero origen de lo que de forma global nos está pasando, tal vez llevados de la mano, de que cuanto acontece en nuestro entorno social lejos de meditarlo y reflexionarlo para adoptar la oportuna y responsable decisión, lo acabamos consintiendo o delegando aun sabiendo que en ello nos va el fracaso.
El sistema se aprovecha de nosotros, porque el sistema somos nosotros, los mismos que una y otra vez tiramos piedras contra nuestro propio tejado. ¿Si sabemos que algo no funciona, por qué perdemos el tiempo en inútiles conductas en que además perseveramos? Me atrevería a decir que como sociedad, ni siquiera hemos madurado. Y no es que tengamos lo que nos merecemos, sino más bien que aun no somos plenamente conscientes de que somos merecedores de algo tan sencillo como nuestra propia dignidad.
Afortunadamente, algunos, en ello estamos.
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