Una de las cosas que más satisfacción me produce de mí misma es saberme rebelde, hasta el punto de no saber ni yo misma por dónde voy a salir en ocasiones. Incluso puedo llegar a contravenir mis propios pensamientos porque desde el pensamiento lo considero necesario e importante.
La rebeldía tiene muchas caras, formas y niveles, porque es la acción o la inacción desde el pensamiento que se manifiesta como forma de autodeterminación de uno mismo, frente a esta sociedad interdependiente además de teledirigida “políticamente” y orquestada a favor de beneficios muchas veces ajenos a nosotros, en el mundo que vivimos. Claro que manifestar esa rebeldía o capacidad de autodeterminación precisamente dentro de un núcleo social interdependiente, puede producir serios quebrantos que son los que posible y finalmente acaban adormeciendo a esta sociedad, tan seguidista y conformista tantas veces, sin que ni siquiera nos demos cuenta de que anteponemos el valor de los intereses colectivos, sabe dios, por quién o quiénes consensuados, antes que los nuestros propios.
Así sucede que, al final, la sociedad, al menos la mayoritaria, no tolera la rebeldía, porque ya sometió su propia rebeldía sin saber cómo ni por qué y empieza a exigir obediencia y conformidad, tal vez porque no entiende o no es capaz de entender que los pensamientos rebeldes no son más que un juego o sano ejercicio de libertad disponibles para cada uno de nosotros, y que para ellos, porque se lo han inculcado, cuando la gente toma conciencia de eso, se vuelve peligrosa y molesta para esa sociedad, porque va más allá que ella misma que no sólo no sabe cómo salir de su conciencia hipnótica, sino que, además, ni siquiera en la mayoría de ocasiones es consciente de ello, precisamente porque es víctima del hipnotismo colectivo
¿Cuando decimos que algo es bueno o malo, lo decimos por nosotros mismos o es el propio hipnotismo social el que nos lleva a decidir si eso es bueno o malo? ¿Qué nos hace defender el color de una bandera contra otra, desde el día en que nacemos que nos viene ya inculcado desde el núcleo familiar al que pertenecemos? ¿Qué nos induce a ser musulmanes, cristianos o ateos, desde tan pequeñitos y hasta el final de nuestros días?
¿Por qué cuánto más adormecido e incluso muerto estés, más honores te rinde la sociedad por tus acciones de interdependencia, o incluso sólo de presencia, pese a que estés taponando y cuanto más vivo, más rebelde y más autónomo te manifiestes, recibes menos compensaciones, menos comprensión, menos gratitud, más presiones y más desprecios, haciéndote doblemente molesto cuando se descubre que ni siquiera te importa?
Porque la rebeldía es la herramienta de aquellos que de verdad comprendieron este mundo y puede ser tan poderosa y molesta por benefactora y generosa que ésta sea, que se nos tiene que arrinconar dentro de este cruel invento llamado sociedad democrática y participativa.
Democrática y participativa en tanto en cuanto tus acciones vayan en la línea y dirección bendecidas por la mayoría social y siempre articuladas por un potencial económico y mercantilista que es el que acaba diseñando a esas masas en función de sus propios intereses y basando siempre esa participación en la línea de la imitición y repetición mayoritariamente de errores, sustentada en el miedo a la incertidumbre que nos provocan los retos de producir el cambio personalizado en la acción desvinculándonos del yo intengrado y centrándonos directamente en el yo plural que nos imponen las sociedades hipnóticas a las que pertenecemos, convirtindonos así en una parte más de la pantomima colectiva o máscara ocultadora de una sociedad enferma ante el profundo desconocimiento de su propia conciencia colectiva por carencia de la individual.
Ahora bien, quienes hemos entendido el sentido, el valor y el placer que proporciona el ejercicio de la rebeldía, en la medida, forma o la dosis que sea para nosotros necesaria, porque esto va por escalas de autoconocimiento, no podemos desengancharnos de esa actitud creciente porque no es más que la actitud de vigilancia y análisis del entorno -postura criítica y analista- que cada día nos enriquece más, y guste o no, además de arrastrarnos a nuestra propia evolución, conlleva al cambio pausado de unas minorías que continúan a su vez minando en sus entornos sociales.
Las sociedades cambian sólo si las arrastramos desde la rebeldía, y la rebeldía nace de ejercer el legítimo derecho de ser uno mismo tras haberse enfrentado contra ese ser establecido que un buen día nos imprimieron en función del molde que nos cobijó, porque, a fin de cuentas, todos nacemos sin pensamientos y éstos nos fueron inculcados de ahí.
No seamos cómodos, construyamos nuestros propios pensamientos, ejecutemos nuestras verdaderas estrategias y actitudes en función de la elaboración de nuestros pensamientos, responsabilicémonos de nuestras decisiones y no sólo estaremos construyendo un mundo mejor, más justo y participativo, porque uno mismo será la prueba de que se está participando, sino que habremos dado con la clave de la vida, alcanzar el verdadero conocimiento de uno mismo y contribuyendo a que otros también lo hagan, con lo que tal vez algún día, la honesta suma de todas estas perspectivas nos lleven a la construcción de esos frentes populares, cada vez más necesarios para controlar el capital y la gran avalancha de dictaduras democráticas que, en definitiva, le sustentan y defienden, provocando así la injusticia y la infelicidad de los seres humanos y que de un modo u otro a todos nos alcanza.
La libertad hay que conquistarla a cada instante y sólo desde el florecimiento de la rebeldía, insurgencia, vigilancia, perpetuidad individual es posible porque sólo así estaremos generando un elemento de evaluación, corrección y evolución constante.
Mª Ángeles Sierra Hoyos
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