La física cuántica ofrece una visión del mundo fantástica.
Si Dios es abstracto, invisible e inmaterial, ¿por qué pensamos entonces que el mundo es real?
La física cuántica nos dice que existen todas las realidades simultáneamente en forma potencial, que el mundo subatómico se comporta en forma incomprensible, diferente de las leyes físicas que conocemos y que el misterio de la vida parece aún más profundo; pero si adoptamos sus principios nos da la oportunidad de renovarnos y disfrutar más de la vida.
Los supuestos de todas las filosofías que conocemos, muchos de ellos falsos, ya no nos sirven, porque no valoran el poder del hombre y el valor del pensamiento.
¿Qué es la conciencia; esa instancia psíquica que nos observa? ¿Qué son las ideas? ¿Por qué nos aferramos a lo conocido aunque seamos infelices, teniendo un infinito mar de posibilidades?
La física cuántica no nos explica el misterio del universo pero nos impulsa a ser más responsables de nosotros mismos.
Hasta ahora vivimos condicionados por la idea de no tener ningún control sobre la realidad y la ciencia nos dice ahora que lo que ocurra en nuestro interior creará lo que ocurra en el mundo.
Creemos que existe una realidad sólida, sin embargo, la mayor parte de la materia a nivel subatómico es inmaterial.
Todo lo que creemos que es real es en definitiva una experiencia, y no hay nada que nos asegura que nuestras percepciones coincidan con lo que suponemos que existe afuera.
Somos conscientes de una pequeña parte de la información que recibimos porque somos selectivos para procesar nuestras percepciones.
Creamos la realidad, porque nuestra percepción se limita a comparar lo que se experimenta, con estructuras que permanecen en la memoria, dándole forma.
La realidad podría ser una ilusión y es posible que nunca sepamos qué hay realmente fuera de nosotros.
La materia no es algo estático y predecible como se pensaba, es algo insustancial, porque en el mundo subatómico existe una gran energía en un pequeño espacio tiempo, aparentemente caótica.
En el espacio que hay en los átomos, las partículas ocupan un volumen insignificante y el resto es espacio vacío. Estas partículas aparecen y desaparecen y no se sabe dónde van. Podemos decir entonces, que el Universo está prácticamente vacío.
La física cuántica nos dice que la realidad es un campo de potenciales posibilidades infinitas, y sólo se materializa la que es observada.
El átomo se consideraba la unidad más elemental de la materia, sin embargo está compuesto de un núcleo, que entra y sale de la existencia de la misma manera que los electrones que lo rodean.
Se puede decir que la materia es un pensamiento, un bit de información concentrado, es decir, que lo que conforma a las cosas parecen ser ideas y conceptos.
Sólo en la experiencia consciente nos parece que avanzamos en el tiempo porque en la física cuántica teóricamente también podemos retroceder en el tiempo.
Cuando no miramos la realidad es una onda de posibilidades y cuando la observamos, ponemos atención en ella, es una partícula de experiencia.
Una partícula que consideramos sólida existe en una onda en posibles ubicaciones al mismo tiempo, y en cuanto la observas se ubica en una de esas posibilidades.
La superposición cuántica implica que una partícula puede estar en uno o más lugares al mismo tiempo.
De manera que el mundo está compuesto de franjas de realidad potencial hasta que elegimos.
Los héroes experimentan muchas posibilidades porque eligen lo que quieren.
Esto parece imposible porque estamos convencidos que lo que nos rodea ya es una cosa en si misma y que existe sin nuestra intervención, sin haberlo decidido, y no posibles movimientos de la conciencia.
El hombre elige de entre esos movimientos de conciencia a cada momento la experiencia real que se manifiesta, de manera que en lugar de pensar en cosas hay que pensar en posibilidades, porque todas son posibilidades de la conciencia.
La física cuántica sólo calcula posibilidades y qué o quién elige esta posibilidad y de inmediato uno se da cuenta que la conciencia tiene algo que ver, porque no podemos ignorar al observador que forma parte de nosotros, nuestro espíritu alojado en el cuerpo, la conciencia que nos controla.
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